Dictadura, heavy metal y sexualidad.
Como mis papás eran hippies y alternativos nunca fui a ver películas Disney ni tuve Barbies. Nunca tuve vestiditos rosados tampoco. Esto tuvo repercusiones en mi identidad, desde que yo me daba cuenta de que habían niñas que eran femeninas y delicadas, mientras que yo disfrutaba de una cierta androginia; hasta que en la plaza, me preguntaban si era niño o niña antes de invitarme a jugar. Como a los 11 años tuve una etapa en la que me dio rabia ser niña, y fantaseaba con la libertad que significaba ser niño.
El heavy metal fue muy importante en términos de mi identidad en los años de la dictadura. Las imágenes de Motley Crue, Twisted Sister y Poison ofrecían un modelo de identificación sexual ambiguo y atractivo: imágenes poderosas de hombres vestidos y maquillados en forma excesiva y dramática, que desplegaban una sexualidad explosiva y transgresora. Esto me resultaba bastante más atractivo que los modelos de feminidad y masculinidad presentes tanto en la cultura oficial como en la cultura alternativa de la izquierda chilena en los '80. Sin embargo, mi afición por el heavy metal no era muy bienvenida por mis padres, quienes la miraban con bastante reprobación y perplejidad. Después de todo, eran bandas que provenían del imperio y que promovían una "rebeldía" despolitizada y de consumo.
Sin embargo, en mi adolescencia pasé de la androginia a la hiperfeminidad, y de identificarme con los rockeros, a identificarme con las groupies de los rockeros. Desde mi punto de vista, esto me reportaba cierto poder y placer en algunas situaciones, mientras que en otras me hacía sentir vulnerable y expuesta. A través de mi vida mi performance de género llegó a variar mucho, dependiendo de cómo enfrentara esta tensión.
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