Violencia, subjetividad y agencia: más allá de la categoría de víctima.
Piper, Isabel. “La retórica de la marca y los sujetos de la dictadura”. Revista de Crítica Cultural, n.32, Santiago: November 2005.
Se pregunta por la efectividad política de la categoría de víctima como posición de sujeto en la postdictadura. Tiene varios puntos consistentes con el análisis de Frazier; por ejemplo, que las posiciones de sujeto disponibles delinean también las posibilidades de acción en la medida que no hay un afuera del poder. Piper identifica en las narraciones sobre la dictadura una retórica de la marca, la metáfora del trauma como principio organizador de la experiencia de la represión que ofrece una interpretación universal sobre el daño inscrito como una cicatriz (de nuevo la metáfora del cuerpo que se puede sanar de sus heridas). Por su parte, las políticas de reparación post-dictadura también han operado con esta retórica, pretendiendo borrar las cicatrices del fracturado cuerpo social y nacional. Pero en la medida que, en general, la violencia represiva permanece impune por tres décadas, el miedo continua no sólo permeando sino estructurando las relaciones sociales y las posibilidades de hacer política (otro punto en común con Lessie Jo).
Para Piper poner las determinaciones de la subjetividad en el pasado en la forma de sujetos traumados es un camino poco prometedor. Y lo que lo hace tan ineficiente políticamente es que "la retórica de la marca no deja espacios para la transformación de dicho sujeto ni del conjunto de las relaciones sociales; lo único modificable (e incluso lo es con límites) son las marcas" (18). Los discursos sobre la dictadura tienden a construir un significado universalizador sobre la experiencia de la represión política, un eje configurador de la identidad: sujetos "marcados". Aunque Piper le reconoce cierta funcionalidad estratégica en ciertos contextos, la categoría de víctima asume un carácter esencialista (y a ratos normativo) que tiende a tener como efecto la inmovilización política, ante la percepción de que se posee una subjetividad dañada, patologizada: el foco se mantiene en el pasado y no en las relaciones actuales de dominación y resistencia.
Usando a Butler y Haraway, Piper sugiere: ver la construcción y regulación de la subjetividad como procesos de simultánea autorización de unos sujetos y la desautorización de otros, donde siempre están en juego las normas de inteligibilidad de los sujetos y la delimitación de su humanidad; y propone: articular subjetividades parciales, fragmentadas, contradictorias e incompletas como posición subjetiva que permita una práctica política más efectiva. La inmovilidad de genera la categoría identitaria de víctima reside en que asume una identidad universal, una interpretación común que reproduce la violencia de imponer un sentido único a la experiencia. Las posiciones subjetivas posibles que genera la violencia política no se reducen a víctima y victimario, aunque Piper se da cuenta que esta afirmación puede leerse como una trivialización y minimización de la violencia represiva y contribuir a argumentos a favor de la impunidad. Lo que ella espera de su argumentación es una nueva forma de pensar la identidad y la agencia, y la capacidad de transformar las relaciones sociales autoritarias actuales en la post-dictadura.
Se pregunta por la efectividad política de la categoría de víctima como posición de sujeto en la postdictadura. Tiene varios puntos consistentes con el análisis de Frazier; por ejemplo, que las posiciones de sujeto disponibles delinean también las posibilidades de acción en la medida que no hay un afuera del poder. Piper identifica en las narraciones sobre la dictadura una retórica de la marca, la metáfora del trauma como principio organizador de la experiencia de la represión que ofrece una interpretación universal sobre el daño inscrito como una cicatriz (de nuevo la metáfora del cuerpo que se puede sanar de sus heridas). Por su parte, las políticas de reparación post-dictadura también han operado con esta retórica, pretendiendo borrar las cicatrices del fracturado cuerpo social y nacional. Pero en la medida que, en general, la violencia represiva permanece impune por tres décadas, el miedo continua no sólo permeando sino estructurando las relaciones sociales y las posibilidades de hacer política (otro punto en común con Lessie Jo).
Para Piper poner las determinaciones de la subjetividad en el pasado en la forma de sujetos traumados es un camino poco prometedor. Y lo que lo hace tan ineficiente políticamente es que "la retórica de la marca no deja espacios para la transformación de dicho sujeto ni del conjunto de las relaciones sociales; lo único modificable (e incluso lo es con límites) son las marcas" (18). Los discursos sobre la dictadura tienden a construir un significado universalizador sobre la experiencia de la represión política, un eje configurador de la identidad: sujetos "marcados". Aunque Piper le reconoce cierta funcionalidad estratégica en ciertos contextos, la categoría de víctima asume un carácter esencialista (y a ratos normativo) que tiende a tener como efecto la inmovilización política, ante la percepción de que se posee una subjetividad dañada, patologizada: el foco se mantiene en el pasado y no en las relaciones actuales de dominación y resistencia.
Usando a Butler y Haraway, Piper sugiere: ver la construcción y regulación de la subjetividad como procesos de simultánea autorización de unos sujetos y la desautorización de otros, donde siempre están en juego las normas de inteligibilidad de los sujetos y la delimitación de su humanidad; y propone: articular subjetividades parciales, fragmentadas, contradictorias e incompletas como posición subjetiva que permita una práctica política más efectiva. La inmovilidad de genera la categoría identitaria de víctima reside en que asume una identidad universal, una interpretación común que reproduce la violencia de imponer un sentido único a la experiencia. Las posiciones subjetivas posibles que genera la violencia política no se reducen a víctima y victimario, aunque Piper se da cuenta que esta afirmación puede leerse como una trivialización y minimización de la violencia represiva y contribuir a argumentos a favor de la impunidad. Lo que ella espera de su argumentación es una nueva forma de pensar la identidad y la agencia, y la capacidad de transformar las relaciones sociales autoritarias actuales en la post-dictadura.
"Se pregunta por la efectividad política de la categoría de víctima como posición de sujeto en la postdictadura."
ReplyDeleteIndeed, and to me this relates both to Diana Taylor's analysis of the Madres and perhaps also to your discussion with "lalo" about "¿Qué será de mi torturador?".
It's not obvious to me that insisting on victimhood doesn't simply reinforce the politics of dispossession that originally occasioned that victimhood.